por Enric Llopis,
Fuente : Rebelion
La Plataforma Auditoría Ciudadana presenta el libro “¿Por qué no debemos pagar la deuda? Razones y alternativas”.
Todo empieza con la financiarización. La entrega del poder casi absoluto de la economía al capital financiero. Desde la década de los 80 hasta la actualidad, los países más financiarizados del planeta -Estados Unidos, Gran Bretaña, Japón y Alemania- vieron como se disparaba el volumen de sus activos financieros respecto al PIB. En 2005, los beneficios de los bancos en Estados Unidos representaban cerca del 40% de los beneficios empresariales. Esto condujo en buena medida a la crisis de 2008. ¿Qué ha ocurrido a partir de entonces, por ejemplo, en Estados Unidos? Las medidas de Obama, y los rescates en general, han servido para relanzar los réditos de la banca, que se recuperaron y retornaron, ésa es la tendencia, a los niveles previos a la crisis.
Todo empieza con la financiarización. La entrega del poder casi absoluto de la economía al capital financiero. Desde la década de los 80 hasta la actualidad, los países más financiarizados del planeta -Estados Unidos, Gran Bretaña, Japón y Alemania- vieron como se disparaba el volumen de sus activos financieros respecto al PIB. En 2005, los beneficios de los bancos en Estados Unidos representaban cerca del 40% de los beneficios empresariales. Esto condujo en buena medida a la crisis de 2008. ¿Qué ha ocurrido a partir de entonces, por ejemplo, en Estados Unidos? Las medidas de Obama, y los rescates en general, han servido para relanzar los réditos de la banca, que se recuperaron y retornaron, ésa es la tendencia, a los niveles previos a la crisis.
La financiarización, no siempre
se explica, está en la base de la crisis de la deuda. Los inicios del
proceso se remontan a la década de los 70, con la tendencia acusada a la
eliminación de las limitaciones crediticias, lo que contribuyó a la
expansión del sector financiero. A ello se agrega el desarrollo de las
nuevas tecnologías de la información (que aceleran la compra-venta de
títulos y acciones) y, no debe olvidarse, en una época en que se
disparan los precios del petróleo. En los 80 la Reserva Federal
norteamericana eleva los tipos de interés. Esto produce un efecto
perverso: aumenta el valor de los pagos de la deuda en dólares. Además,
como consecuencia de la crisis, se produce una caída en los precios de
las materias primas. Es una concatenación de factores que aumenta la
deuda de los países de la periferia.
La respuesta a estos procesos de endeudamiento aparece en el
recetario del “Consenso de Washington”. Se trata de ofrecer préstamos,
por parte del FMI y el Banco Mundial,
bajo condiciones leoninas: austeridad, liberalización y
privatizaciones. Recortes en el gasto público, liberalización de los
sectores estratégicos y desregulación de las finanzas y del mercado de
trabajo. Neoliberalismo en estado puro. “Unas medidas que hoy están muy
vigentes”, afirma el economista y activista de la Plataforma Auditoría
Ciudadana de la Deuda, Sergi Cutillas, que ha presentado en Valencia el
libro “¿Por qué no debemos pagar la deuda? Razones y alternativas?”
(Icaria).
Los efectos de la política de recortes y austeridad no contiene, a
partir de las evidencias empíricas, mayores misterios. Sobre la deuda
externa de los países del Sur (global), resultan devastadores. Si en los
años 70, el 10% del PIB de estos países lo representaba la deuda
externa, en 1998 se elevaba el porcentaje al 40%. “Parece que los
objetivos de los planes de austeridad es mantener a los países del Sur
atrapados en dinámicas de deuda, para luego hacerlos depender de las
quitas de los acreedores; estas quitas son siempre pequeñas, para que la
espiral de dependencia no disminuya”, explica Sergi Cutillas.
No menos caníbal y cruento es el impacto sobre la vida de las
personas. Entre 1980 y 1990, según reseña Yolanda Fresnillo en el
artículo “La deuda, un lastre para el desarrollo”, el número de personas
viviendo bajo el umbral de la pobreza en América Latina se incrementó
de 144 a 211 millones. En África, el número de personas viviendo en
extrema pobreza (menos de 1,25 dólares al día) se incrementó de 205
millones en 1981 a 330 en 1993. Además, el crecimiento económico fue
“negativo” en las dos regiones (-0,5% en América Latina y -1,5% en
África entre 1980 y 2000). Concluye Sergi Cutillas que, según algunos
estudios, “el FMI ha matado a más personas que las dos guerras mundiales
juntas; se trata de instituciones que hacen valer las finanzas como
mecanismo de intervención neocolonial”.
El economista catalán resume, a grandes trazos, el cuadro de los
impactos de la deuda sobre el Sur global. Algunos países africanos
vieron cómo a mediados de 2000 se cancelaba una parte de su deuda, pero
continuaban atrapados en la espiral. Otros países -por el incremento en
el precio de las materias primas- experimentaron una reducción en el
tamaño del endeudamiento (por ejemplo, Brasil). Otros, como Argentina en
los años 2000 o Ecuador en 2008, realizaron impagos y renegociaron sus
deudas. En este último caso, llegaron a implementarse Auditorías. Pero
hay ejemplos no tan conocidos de encarnizamiento sobre las poblaciones a
partir de mecanismos de endeudamiento. Jamaica, como explican Damien
Millet y François Mauger, en un artículo titulado “¿Qué relación puede
haber entre el reggae y el FMI?”: “El pago de la deuda (interna y
externa) absorbe aproximadamente más del 64% del presupuesto del año
2003-2004, contra sólo un 9% destinado a la educación y un 4% destinado a
la salud. En otras palabras, Jamaica consagra al reembolso de la deuda 7
veces más de lo que invierte en su sistema educativo y 16 veces más que
a los gastos de salud”.
Sergi Cutillas extrae una conclusión general, aplicable a las medidas del “Consenso de Washington” que hoy aplica la Troika
en la periferia de Europa: “La austeridad y la liberalización siempre
empeoran la situación económica y humanitaria; en consecuencia, las
deudas generadas -injustas, ilegítimas e insostenibles- no deberían
pagarse”. Pero, además, “deben imponerse ya controles al sistema
financiero para que el desastre no se repita”.
En el libro “¿Por qué no debemos pagar la deuda? Razones y
alternativas”, Uli Wessling y Sergi Cutillas dedican un capítulo de 14
páginas a la deuda en el estado español. El endeudamiento público en
España ronda actualmente el billón de euros (100% del PIB). Pero durante
la primera década de 2000 (antes de la crisis de 2008) no superaba el
40% del PIB, una tasa inferior a la de Francia, Alemania, Estados Unidos
o Inglaterra. Conclusión: fue la crisis la que disparó la deuda en el
estado español. Por tanto, la crisis no tiene su origen en un exceso de
endeudamiento público, como pretende la ortodoxia neoliberal, sino al
contrario. Es más, en el Tratado de Maastricht (1992) se establecía que
el endeudamiento público no podía sobrepasar el 60% del PIB. España
cumplió con esta condición, no así Alemania (lo superó tres veces) ni
Francia (lo incumplió en dos ocasiones).
La resaca del “boom” inmobiliario y la burbuja del ladrillo en
España. En la década comprendida entre el ingreso de España en la moneda
única y el estallido de la crisis, el volumen de préstamos hipotecarios
suscritos pasa de 100.000 a 600.000 millones de euros. A juicio de
Sergi Cutillas, “una auténtica locura; porque antes de la “burbuja” la
gente también vivía en casas, no en cuevas”. Se trata, seguramente, de
la “burbuja” inmobiliaria mayor de la historia, remata. A este proceso
no es ajeno el ingreso de España en el euro (2000). Al contrario. “Antes
de formar parte de la moneda única -explica Cutillas- este país se
caracterizaba por unos altos tipos de interés, debido a la poca
confianza internacional en la peseta y en la solvencia de la economía
española”. Con la entrada en el euro, añade, la media de los tipos de
interés se reduce del 10% al 3%. Y los flujos de capital financiero
alemán, francés y británico, entre otros, riegan una economía basada en
la construcción como monocultivo. El caldo de cultivo idóneo para la
“burbuja”.
El economista desmiente en su artículo uno de los grandes tópicos
propalados como hermenéutica de la crisis: la culpabilidad exclusiva del
sector público. De hecho, la deuda privada, que alcanza el 325% del
PIB, supera con mucho la deuda pública (en torno al 100% del PIB). Se
puede desglosar en un 126% de sociedades no financieras, un 113% de
sociedades financieras y un 85% de deuda de las familias. “Estas cifras
evidencian que la crisis española fue causada, como en la mayoría de
países sumidos en la presente crisis, por un exceso de endeudamiento
privado, no público”.
Cuando se achaca a la deuda pública el origen de la crisis, tampoco
se hila demasiado fino. Se pasan por alto evidencias tales como los
recursos públicos inyectados en el sector financiero de la economía. El
gran especialista en la materia, Carlos Sánchez Mato, cuantifica las
ayudas públicas al sector financiero en 1,42 billones de euros (1,34
billones de euros en liquidez) y 87.000 millones de euros en solvencia.
Se incluyen en estas cuentas adquisición de activos, garantías y avales,
préstamos o inyecciones de capital. Llama la atención Sergi Cutillas
sobre el hecho de que únicamente se hable, en los medios oficiales, de
los 57.000 millones de euros insuflados por la Unión Europea en concepto
de “rescate”, mientras se obvian las cifras antes citadas. Mientras, el
gran tajo en sanidad, educación, dependencia y servicios sociales ronda
los 70.000 millones de euros.
Pero los grandes números pueden abocar a la melancolía, cuando no a
la desesperación, si de inmediato no se exhibe el capítulo de
alternativas. ¿Se ha de pagar siempre una deuda? ¿Se trata de un dictado
inapelable? “Debe abonarse sólo si el deudor tiene menos poder que el
acreedor”, responde Sergi Cutillas. Al menos, así ha sucedido
históricamente. “La clase dominante intenta asociar la deuda con la
moralidad; el endeudamiento equivale a culpa, y ésta a pecado”. El
antropólogo y activista estadounidense David Graeber ha estudiado de qué
modo se formulan estas ecuaciones. Existe una tipología. La deuda
“odiosa” se corresponde, a grandes rasgos, con la que contraen las
dictaduras. Pero la Plataforma Auditoría Ciudadana de la Deuda prefiere
la noción de deuda “ilegítima”, ya que “la suscriben gobiernos que se
nos presentan como democráticos”.
Es la contraída por ejecutivos que destinan los recursos públicos con
criterios diferentes a los del interés general; deuda cuya
responsabilidad cabe achacar a una élite; relacionada con la violación
de los derechos humanos, la corrupción o generada por una fiscalidad
regresiva, entre otras causas. La alternativa formulada son las
Auditorías, pero entendidas no como una herramienta oficial o en manos
de gobiernos, sino como instrumento de participación y empoderamiento de
la ciudadanía.
Según Sergi Cutillas, se trata de “analizar los presupuestos de los
gobiernos y las políticas de endeudamiento, e implementar propuestas
alternativas que respondan a los intereses de la población; pero para
ello, resulta imprescindible un proceso popular pedagógico”. Porque
“entender las cuentas públicas puede resultar farragoso, pero al final
consiste en matemática básica; los mecanismos de endeudamiento son en
definitiva muy elementales; lo que ocurre es que se suelen interponer
muchas barreras lingüísticas, pero nuestro trabajo radica en
franquearlas y que la gente adquiera nociones de cultura financiera”.
También es muy importante “crear red”. La Plataforma Auditoría
Ciudadana de la Deuda se estructura en nodos de actuación local,
actualmente existentes en Alicante, Asturias, Valencia, Logroño, Madrid,
Barcelona, Tarragona, Badalona, Guadalajara, Navarra, Galicia, Bizkaia,
Córdoba y Zaragoza, entre otros. Además, se organizan periódicamente
encuentros de coordinación en los que se comparten líneas de trabajo.
Para que la impugnación a las deudas “ilegítimas” y la necesidad de
Auditorías llegue a la gente, subraya Sergi Cutillas, “hacemos un
trabajo de hormiga; charlas artículos, algún libro, presentaciones,
apoyo a grupos de personas para la creación de nuevos nodos, etcétera”.
Sobre todo, “presionar al mundo de la política y señalar a los
responsables, como muy bien ha hecho el movimiento antidesahucios”.
Tampoco las Auditorías constituyen un fin en sí mismas. Son una
herramienta más. Que se inserta en un planteo global de reconfiguración
de la sociedad y la economía.
Fuente : Rebelion