por Carlos Gómez Gil
Se llamaba Rosa, tenía 81 años y murió hace pocos
días en Reus, en un incendio de su casa provocado por las velas con las
que se iluminaba al tener cortada la luz por el impago de los recibos
desde hacía varios meses. La empresa suministradora del servicio de
electricidad, Gas Natural, acusa al ayuntamiento de no haberla
comunicado la situación de vulnerabilidad de la anciana y el consistorio
reprocha a la empresa el haber realizado una suspensión irregular del
suministro eléctrico que impide la normativa catalana al no comunicarlo
previamente a los servicios sociales municipales, requisito exigido por
la Ley 24/2015 de medidas urgentes para afrontar la emergencia en el
ámbito de la vivienda y la pobreza energética en Cataluña. Mientras
tanto, el Gobierno de Rajoy ha estado trabajando con esfuerzo para ver
en qué Comisión del Congreso de los Diputados colocaba al exministro del
Interior Fernández Díaz para que pudiera cobrar algunos miles de euros
más al mes, al tiempo que anunciaba que cumpliría a rajatabla el recorte
de 5.500 millones de euros en los presupuestos para el próximo año. Es
decir, lo habitual en un país y en unos gobernantes que hace tiempo han
perdido el alma y viven de espaldas al sufrimiento de tantos.
Desde que estalló este disparate que llamamos crisis ha habido otras
muchas Rosas a lo largo y ancho de todo el país, con otros nombres y el
mismo final, que han muerto en otros incendios de sus viviendas
provocados por braseros de carbón, sin recibir la atención médica y
farmacéutica adecuada, ateridos de frío al carecer de calefacción,
esperando tener una ayuda a la dependencia que nunca llegó, en
alojamientos infames e insalubres, por suicidios ante la desesperación
en la que se encontraban sus vidas. Y mientras todo esto sucedía, la Troika (el Banco Central Europeo, el Fondo Monetario Internacional
y la Comisión Europea) no ha parado de pedir y exigir más recortes y
ajustes sin importarles el avance de la pobreza, de la miseria y el
sufrimiento entre la población al tiempo que nuestros gobiernos no han
dejado de aplicar obedientemente estas recetas tan dañinas que numerosos
economistas denominan “economía del fracaso”.
Una sociedad en la que abuelos mueren en incendios por tener la
electricidad cortada al no poder pagarla ante la indiferencia de
empresas y gobernantes es una sociedad enferma, donde la crisis
económica que atravesamos es también una consecuencia de la crisis moral
que vivimos, ignorando y despreciando el sufrimiento y la vida de las
personas. ¿O es que han escuchado alguna vez palabras de preocupación a
nuestros presidentes del Gobierno, ministros o autoridades europeas ante
el sufrimiento extremo que padecen miles de personas como consecuencia
de sus políticas?. Y es que esa completa falta de empatía de nuestros
gobernantes con la desolación que viven tantas personas en nuestras
sociedades como consecuencias de las políticas de ajuste llevadas a cabo
es sobrecogedora y ha deshumanizado por completo la política.
Si algo hemos aprendido a lo largo de estos años de crisis global que
desde 2008 atravesamos es que las políticas de austeridad matan porque
las políticas de recorte y ajuste aplicadas con saña desde entonces
están teniendo consecuencias fatales, agravando los efectos económicos
de la recesión, suprimiendo programas sociales clave justamente cuando
más se necesitan, extendiendo el paro al tiempo que obstaculizan todavía
más la recuperación. Cuando la ideología se disfraza de decisiones
económicas, tasas de crecimiento y déficits presupuestarios por encima
de la vida o la muerte de las personas, abandonando a los más pobres a
su suerte, estamos construyendo una sociedad enferma, sometida a la
barbarie de las leyes del mercado, un mercado que como señaló el
economista David Anisi, no da respuesta a las necesidades humanas ni a
la pobreza sino únicamente a aquellas respaldadas por el dinero.
Son cada vez más las voces de prestigiosos economistas como el premio
Nobel, Joseph Stiglitz, que señalan cómo la austeridad solo ha
conseguido paralizar el crecimiento económico en Europa sin detener el
aumento de la deuda
pública, generando un incremento de las desigualdades tan preocupante
que hará que la fragilidad económica se mantenga, disparando las
tensiones sociales y el sufrimiento de las personas en situación de
desempleo y pobreza que persistirán durante años.
Sin ir más lejos, España ha retrocedido diez puestos en el IDH
(Índice de Desarrollo Humano) desde el inicio de la crisis, pasando de
ser el tercer país del mundo en esperanza de vida al puesto
decimotercero, al tiempo que la tasa de suicidios ha aumentado un 20% en
el mismo período. Un balance
de catástrofe social al que se suman abuelas como Rosa, que se acuestan
a la luz de las velas con el miedo de acabar como ella, siendo víctimas
mortales de la austeridad.
Ver en línea : https://carlosgomezgil.com/2016/11/...